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¿Playa o montaña? Da igual: la mejor elección es viajar

A la hora de planificar unas vacaciones, siempre aflora la duda de si decantarnos por la playa o por la montaña. Lo cierto es que en la temporada estival los destinos costeros resultan muy llamativos, pero también existen infinidad de atractivos enclaves en el interior que resultan de lo más sugerentes. De cualquier forma, viajar nos reporta gratas experiencias y nos provoca sensaciones placenteras que vale la pena experimentar lo más a menudo posible.

– Acabamos con la rutina cotidiana

Sea cual sea la actividad que desempeñemos diariamente, es habitual que a veces se vuelva tediosa y deseemos escapar de esa especie de bucle en el nos encontramos inmersos. Sin duda, la mejor manera es planear un viaje que nos permita experimentar nuevas sensaciones, descubriendo destinos interesantes y realizando otro tipo de actividades.

– Abrimos nuestra mente

Desde una edad muy temprana tenemos el impulso de explorar, de descubrir cosas nuevas y de arrojar luz sobre lo que desconocemos. Ese impulso vital debe permanecer despierto, puesto que estancarse en lo mismo no es nada recomendable. Viajar es un modo ideal de conocer otras culturas y otras realidades, lo que nos permite abrir nuestra mente y entender diferentes puntos de vista. Por tanto, nos volvemos más empáticos y tolerantes con nuestro entorno.

 

– Nos conocemos mejor a nosotros mismos

Al hacer un viaje a cualquier destino desconocido, especialmente a la montaña, no solo entramos en contacto con otro lugar, también realizamos un viaje interior y entramos en contacto directo con la esencia de uno mismo. Cundo viajamos, nos afloran nuevos sentimientos y sensaciones personales, al tener la oportunidad de comprobar y sentir quiénes somos realmente, una vez que estamos alejado de nuestro ambiente habitual, el cual nos condiciona directa o indirectamente.

 

– Desaprendemos lo aprendido

Durante unas enriquecedoras vacaciones en la playa o en la montaña, vivimos nuevas experiencias y descubrimos nuevas formas de pensar que pueden chocar con nuestra manera de ver las cosas y de ver el mundo. Esto puede llevarnos a cuestionar y replantear muchas de las cuestiones que dábamos por hechas. De ese modo, experimentamos nuevos sentimientos y abrimos el campo de visión de todo lo que nos rodea.

 

– Perdemos el miedo

En la actualidad, vivimos en una zona de confort que nos hace estar seguros y confiados. ¿Pero qué ocurre cuando estamos lejos de ese entorno apacible? Viajando superamos esa especie de incertidumbre que se genera cuando nos enfrentamos a lo desconocido. De hecho, aprendemos a vivir con ella.

 

– Nos volvemos más eficientes

Viajar incrementa nuestra capacidad para buscar soluciones ante cualquier problema. Y es que convivir durante un tiempo con una cultura distinta implica desafíos, ya sea resolviendo las dificultades que entraña comunicarse en un idioma diferente o desenvolviéndonos frente a situaciones desconocidas y desfavorables para nosotros.

 

– Valoramos más lo que tenemos

Estar fuera de casa y lejos de ciertas comodidades, así como de las personas que estimamos, nos hace apreciar más nuestro hogar y nuestros seres queridos cuando regresamos de nuestro viaje.

 

– Aumentamos nuestro círculo de amistades

Si viajamos solos, nos veremos envueltos en situaciones en las que tendremos que vencer la timidez e iniciar conversaciones, dejando a un lado la duda y el miedo al rechazo. De ese modo, podremos aumentar nuestros contactos y amistades.

– Descubrimos nuevos sabores

Tanto en destinos de playa como montaña, descubrimos nuevas propuestas gastronómicas que podemos adoptar en nuestras rutinas alimenticias.

 

– Nos enriquece como persona

No cabe duda de que viajar nos hace más interesantes, puesto que acumulamos diferentes experiencias en lugares desconocidos para muchos. Por tanto, seremos una fuente inagotable de historias y anécdotas que surgirán de forma natural en nuestras conversaciones con otras personas.